viernes, 3 de enero de 2014

Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman * LA TERCERA GUERRA MUNDIAL. APROXIMADAMENTE*. Episodio 1: El ojo en la sangre


La escena se desarrolla en la guardia de un hospital cubierto con azulejos blancos tipo vidrio. Todo tiene que parecer viejo. Simplemente viejo, inútil para todo menos para dejar morir las personas. Un médico está frotando su cuerpo con el de una enfermera.
Entra el calmuco en escena, gritando:
—¡Tengo un ojo en la sangre! ¡Tengo un ojo en la sangre! ¡Tengo un ojo en la sangre!
El médico y la enfermera corren. Él con calma:
—Querrá decir sangre en el ojo, señor. Es notorio que es extranjero —le dice a la enfermera con gesto de comprensión por el desliz lingüístico.
—¡Ma qué! ¡Me entró al menos un ojo en la sangre, le digo! —grita el calmuco casi tan fuera de sí que parece una segunda persona agarrándoselas con un médico al que considera demasiado condescendiente para ocupar el puesto de responsabilidad que le han asignado.
—La verdad es que no lo entiendo. ¿Dónde tengo que mirar?
—¡El ojo lo mira a usted, papanatas! Este ojo me está mirando por dentro, lo sé. Los fabricamos para eso. El problema fue la bebida.
—¡Ya lo creo! —ríe entre sus senos la enfermera—. ¡Ya lo creo que fue la bebida, hombre! —Y lo palmea fraternalmente, una acción a la que el lenguaje corporal del calmuco responde como una cobra, besándole el brazo con un poco de succión lasciva. Un rápido toque con la lengua de ese brazo perfumado da cuenta de emisiones seminales pasadas.
La enfermera retira el brazo tan rápido que solo un escritor avezado podría haberse dado cuenta de lo ocurrido, si no fuera por el uso del tiempo diferido, pero el médico ve la tenue aureola de la ventosa colocada rápidamente por el paciente enloquecido y le palmea la espalda con explícita violencia, una rudeza que informa que esa dama tiene dueño.
Pero, como ya se dijo, el calmuco está fuera de sí. Descontrolado grita:
—¡Mátenme antes de que el ojo descubra el secreto! ¡La tercera guerra mundial podría estallar!
—Vino al lugar equivocado, hombre. Acá tratamos de curar, no de matar. Es cierto que hemos perdido gente mejor que usted, pero también salvamos algunos peores.
—No me haga jueguitos de palabras que no estoy para esos trotes lingüísticos.
—Ya van dos veces que escucho esa palabra. Me estoy cansando. Las repeticiones me aburren —dice la enfermera masajeándose el brazo que el calmuco ha tocado labialmente. El lugar está cada vez más manchado de lujuria.
—¡Doctor, doctor! ¡Mire cómo me dejó! —grita alelada la mujer.
—Después miramos eso, querida.
—Y otras cosas. —Sonríe el calmuco hablando con el sarcasmo típico de las llanuras al norte del Cáucaso. Pero se rehace y continúa—: El ojo va a provocar la guerra, doctor. Tiene que creerme. Fue un accidente debido a la bebida. Pero no accidente de tránsito, entiéndame.
—¿Me deja de joder y me permite estudiar la situación? —La voz del médico ya es perentoria.
—Vinimos a este pueblo para tratar de salvar a la humanidad —recuerda con nostalgia el calmuco—. Solos, él y yo.
—¿Quién es él? —curiosea la enfermera a quien el brazo se le está poniendo lividiforme sin que ella lo advierta.
—El comanche primero Mikhail Vyacheslovich Molotov. Nieto del famoso fabricante de botellas explosivas —dice el calmuco inflando el pecho.
—¡Doctor!, ¿ese no es el que atendimos hace unos días con un paño de mecha metido en el…?
—¡Cállese! —espeta el médico—. No debemos revelar el estado de salud de nadie frente a ninguno.
El calmuco agarra al galeno con fuerza tomándolo del cuello del guardapolvo.
—¿De qué corno habla la nurse? ¡Tengo que saberlo!
—¿Me deja pensar aunque sea un segundo a ver por dónde lo empiezo a mirarlo a usted? —pregunta con feroz impaciencia el médico, mirando  a la enfermera, a su vez, con un tono de reproche cuasi militar.
—¿Qué me pasa, doctor? —pregunta ella con el brazo en un estado similar al que presentan ciertos muñecos que simulan ser androides extraterrestres.
Con una rápida ojeada, el facultativo le ordena:
—Inyéctese una dosis de corticoide duplo y vemos.
La enfermera hace mutis por el foro y el calmuco comienza a cantar como una sirena de Acapulco.
—Lo conocí en Siberia / su alma es bella / su abuelo tan famoso. / Lo conocí en invierno / en crudo invierno / y nos amamos. —Pero se interrumpe bruscamente—. Así canta Dinah Offshore en mi pueblo. —El médico alza la cabeza y deja de mirar el ombligo del calmuco, pero éste continúa—. Dinah era, en realidad, Jonaisius Volentereas un leñador de Pomerania que huyó al norte del país de los tayikos donde lo conocí justo antes de su cambio de sexo. Cantaba esos boleros de Asia Central como los dioses… perdón, como las diosas. Como hubiera podido hacerlo la Coca Sarli si se hubiera dedicado a cantar boleros poniéndole el pecho a las balas. —El médico sube la vista de la oreja izquierda inquisitivamente—. Bueno… los dos pechos. —Aclara el hombre herido por el ojo.
—La verdad, amigo… no encuentro nada. ¿Por dónde piensa que le entró el ojo?
—Por el ano, obvio. Ahora que no está la enfermera se lo puedo decir.
—¿Qué hizo, por lo que más quiera? ¿Se metió juguetes esféricos?
—No; el ojo se introdujo mientras yo comía un pancho con Molotov. El nieto del inventor siberiano de las mechas de combustión lenta. Verá, es un invento impresionante que…
—¡Cállese que solo me mortifica! ¿Usted está loco o qué?
—Sí; tal vez tenga razón —admite el caucasiano. En ese momento la enfermera, que entra con su brazo visiblemente curado, pega un gritito.
—El corticoide es la solución a los vastos amores incomprendidos. —Piensa un instante y dice—: La verdad, a veces creo que soy Sarah Bernhard.
—En coma —dice el médico, en broma.
—¿Qué? ¿Ya entro en coma? —El calmuco se desespera—. ¡Por favor, tómeme declaración con una cámara y máteme! ¡Peligra el mundo, hágame caso!
—¡Pero qué dice este tarado! —grita la enfermera—. ¿Cómo vamos a matarlo? Nosotros curamos, no matamos.
—¡Tienen que echarme en la olla a presión! Narcotícenme y métanme en esa olla.
—No es mala idea —dice el médico conteniendo una carcajada—. ¡Enfermera! Llame a Hannibal Lecter y que le dicte un par de recetas bajas calorías.

CONTINUARÁ

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