—Dígame, doctor: ¿qué posibilidades hay de que este delirante
diga la verdad? —inquiere la enfermera señalando con el mentón al
calmuco dormido.
—¿Lo quiere poner bajo una buena dosis de pentotal? —pregunta el
médico subiéndose el cierre de la bragueta—. No es muy legal, que
digamos…
—Bueno, si quiere algo legal, doctor lo que acaba de hacer es…
¿le parece que es legal? —La enfermera se rasca la oreja, algo
confundida.
—¡Cállese! Se trata de otra cosa. Lo que este hombre acaba de
decir es que vino a fabricar algo con el más grande productor de
bombas del mundo. ¿Se da cuenta? ¡El más grande! Es algo inaudito,
algo que nuestro amado intendente debería saber—. Permanece
pensativo unos instantes. —Le podríamos vender la información al
diario, después de todo. —Ambos ríen.
—Conque venían a fabricar piedras movedizas, ¿no? —El sarcasmo
de la enfermera se revela en dos movimientos de su bien pertrechada
delantera, como si hasta ahora la hubiera escondido bajo una faja
que, súbitamente, fuera quitada del medio—. ¿Así que se trata de
piedras huecas, casi sin peso, que en realidad sirven de reservorio
para el combustible con el que serán manufacturadas…?
—¡Usted está rematadamente loca! —grita el calmuco Ramzán
saliendo del sopor en el que había estado sumido—. ¡Nunca dije
eso! Las piedras las hacíamos mover por la acción de giróscopos
láser controlados con antenas manejadas por radio desde el despacho
del intendente. Si las hubiéramos usado de tanques serían
pesadísimas. Las nuevas bombas requieren… —Imprevistamente, hace
silencio.
—Siga, siga. Me interesa —dice la enfermera mechando la frase con
grititos agudos.
—A menos que me aniquilen del modo que les he pedido, nada diré.
Seré una tumba ante litteram.
—¿Qué dijo? —La enfermera mira al médico.
—No sé. Dejé latín después de mi primera experiencia sexual
como monaguillo —responde él ruborizándose, ante la mirada
inquisitiva de la mujer. La enfermera se vuelve hacia el calmuco
dando un impresionante salto:
—¡Ya sé de dónde conozco sus piernas! ¡De un mejillón!
—Usted está más loca que el hada madrina cuando la princesa
decide hacerle una fellatio al sapo del cuento —replica el calmuco,
tratando de sacarse de encima los senos de la enfermera.
—¡Lo vi en un cuadro! Mejor dicho, en una foto de un cuadro. Había
un montón de gente haciendo chanchadas. Un par de ellos estaban
encimados en un mejillón y esas piernas me parece que eran las
suyas, señor; estoy casi segura.
—¿De qué habla? ¿Está loca o qué? —dice el calmuco.
—Sí; ahora estoy segura. Al lado había unos besándose el trasero
dentro de un huevo transparente. Y una pareja bailando un tango,
desnudos en medio de un lago, mientras un pájaro le daba de comer
una mujer a un hombre desesperado. Yo lo vi…
—¡Doctor! ¡Ponga fin a mis días! Soy una amenaza con este ojo
escrutándome por dentro. Puede encontrar la clave de los detonadores
Molotov…
—¿Hay alguien con quien podamos hablar sobre su custodia, diga?
—entra preguntando a bocajarro un administrativo bien trajeado y
con el pelo lustroso—. Acá hay papeles que llenar, formularios,
biblioratos repletos de datos que necesitamos de su parte. No vamos a
demorarnos mucho con él ¿no? —agrega mirando al médico. Éste a
su vez mira a la enfermera. Ella los mira a los dos, luego a los
tres.
—¿Me desvisto o qué? —dice riendo, cómplice. Todos ríen, pero
el burócrata se queda pensando que lo dice en serio. Deja unas
planillas, apenado, y sale. El médico y la enfermera siguen, como si
nada.
—¿Qué fue eso? —Ramzán Kadilluzhínov se hurga las axilas en
busca de restos del famoso desodorante soviético Kirijobatán; no se
le ocurre otro modo de suicidarse que deglutir lo que le quede del
ungüento en las uñas.
—Señor —amonesta el galeno, con inédita severidad—. Acá hay
reglas. Cuando entra alguien y se ve que está salvado, se lo anota.
—¡Pero no estoy salvado! Mis ojos deben ser más de mil, a esta
altura. Se autocuran, se autoreplican. Miles. ¿Entiende lo que le
digo?
—Claro que lo entiende —dice la enfermera—. Lo único que no
entiende el médico es por qué sacaron la sección psiquiatría de
este hospital…
—Ustedes creen que estoy loco. Deberían analizar mis heces, al
menos.
—Pienso que usted quiere decir hongos y dice ojos. Es muy común en
algunos extranjeros equivocarse con esas palabras. No se preocupe. Si
son tóxicos, en breve se manifestarán.
—Pero yo sé que no son hongos. Son ojos. Ojos. —Llora.
—No entiendo cómo entraron ahí —le dice la enfermera al doctor.
Éste hace como si no hubiera escuchado nada.
De pronto, el calmuco pega un salto.
—¿Ve lo que le digo? —y abre la boca. De la misma surge un haz
de luz bastante potente, tanto que el médico piensa que ha dejado
encendida la lámpara del laringoscopio modelo 1860, obsequio de su
tío abuelo, el gran otorrino Teodoro Lagola, pero no tarda en
advertir que aquella luminiscencia viene del interior del paciente.
Se asoma y una voz le dice:
—¿Qué mira, impertinente?
El médico y la enfermera se contemplan azorados; ambos se notan
pálidos, uno a la otra, y viceversa.
—¿Quién anda ahí? —atina a preguntar el médico, mientras seda
al calmuco con una dosis que podría mandar a Oniria a una legión de
guerreros vikingos.
—Comando Euclídeo de visionarios emisores —declara la voz
catecúmena.
—No entiendo qué hace Euclides ahí —dice la enfermera.
—Euclides creía que los ojos emitían la luz para ver —dice el
calmuco hablando dormido en medio del coma inducido.
—¿Quién anda ahí? —repite el médico, descreyendo de lo que
ambos habían oído.
—Comando Ptolomeo de ojos emisores —manifiesta una voz más
femenina.
—¿Son dos? —pregunta la enfermera.
—¡Somos legión! —escuchan con espanto. En efecto, queridos
lectores de esta serie, las voces del interior del calmuco Ramzán
Kadilluzhínov suenan como los coros de la Sinfonía de los Mil de
Gustav Mahler, pero como no hay Mahler que por bien no venga, un
imprevisto corte del suministro de energía eléctrica pone abrupto
fin a este fragmento de la serie. No sabemos si el hospital tiene
equipo electrógeno propio o si esta interrupción durará como el
corte que afecta a la aldea natal de Trotski, Yanovka, desde 1958…
Mientras tanto, relean los capítulos anteriores, lo que no les
vendrá nada mal para mantener fresca la memoria y activas las
neuronas.
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