El comanche Molotov pensaba que la botella de vodka había bajado
apreciablemente desde la última vez que la viera y estaba
interpelando a unos técnicos. Sospechaba del calmuco. “Un calmuco
siempre tratará de fregar a un ruso. Yo soy ruso, él calmuco.
Enthyméme. Silogismo perfecto. Touché”. Así que Molotov no podía
hacer otra cosa que mirar al calmuco con la vista torcida. Y así
siguieron las cosas, cargando tensión, hasta que por fin, sin
quererlo, el calmuco vino al pie con su tono irritable de siempre, lo
que lo hacía parecerse peligrosamente a la suegra sorda de Molotov.
—¿Cómo hace para distinguir el combustible para las bombas del
vodka, camarada? —dijo.
—A uno le pongo una etiqueta donde dice “Combustible Bombas” y
al otro le pongo una que dice “Vodka”, camarada.
—¡Eso es bastante estúpido, comanche!
—¡Más estúpido será su abuelo!
—Modere su lenguaje, camarada.
—¡Y usted su ingestión alcohólica!
—Sólo pruebo la calidad de los combustibles…
—¡Adicto! ¿Cómo un comanche puede ser adicto?
—Soy un hombre de ciencia y tecnología. Sé distinguir un buen
combustible. No tomo vodka.
—¡Pero si es lo mismo! Lo saca del mismo recipiente y le pone
diferentes etiquetas a los frascos. Además, salen de la misma
destilación de las papas podridas. ¿Qué quiere que le diga?
—Tester. Soy un tester, no un alcohólico. Pruebo combustible para
la causa.
—Mire. No sé cuál será su causa, pero mucho me temo que es el
alcoholismo, lo mire por dónde lo mire. No me dejo engañar ni por
usted. ¡Nominalista! Además, le digo por si se le olvidó. La Unión
Soviética fue sorteada entre algunos soldados hace más de seis
décadas. No sé de qué causa me está hablando ni si puede haber
causa. Usted está loco y punto.
—Siempre hay una causa a la que le vienen bien nuestras granadas.
Insisto. El alcohol es el alcohol. El combustible es otra cosa. Lo
que pasa es que usted de química no entiende nada.
—¡Ahí está! Argumentum ad baculum. Típico de los comanches.
—¡Y dale con el latín! —grita el médico off shore desde uno de
los bloques impares.
—¿Por qué no va a freír churros, calmuco de morondanga?
—Porque los churros me producen escalofritos, comanche.
—¿Está listo para protagonizar una de Romero?
—¿Por qué lo dice?
—¡Porque nosotros desataremos la Tercera Guerra Mundial, hombre!
—¿Y eso qué?
—Que la cuarta la pelearán, según dijo Einstein, lo que quede de
los hombres (para mí, si quiere mi opinión, serán homínidos) con
palos y piedras.
—¿Y qué tiene que ver George Romero?
—Y que la quinta guerra… será protagonizada por zombis y
vampiros.
—¿Vampiros? ¿De qué cornos habla, comanche caradura?
—¡Vampiros, hombre! Como Drácula. Vlad Tepes, el empalador en su
versión jolibudesca avant la leerte.
—¿Ahora francés? —se queja el médico mentado hace un par de
líneas.
—No me diga que usted cree en esas zonceras para niños pequeño
burgueses, comanche. No hay caso, finalmente se ha convertido en una
máquina de repintar obviedades. Mire que así se comienza la
decadencia. Caer en el discurso de un enemigo intrínsecamente
equivocado es el peor paso. Necesita más para convencerme, amigo.
—¿Quería hablar conmigo, calmuco? —dijo Mefistófeles de atrás
de una cortina, apareciendo en una neblina de azufre con un olor a
huevo podrido más hediondo que baño de estación de trenes porteña
en verano.
—¡Usted no es más que Matasellos —dijo indignado el calmuco
dirigiéndose a la cortina —¡Me extraña que un ayudante de
destilería de pronto tenga tiempo para andar jugando a las
escondidas!
—Disculpe patrón —salió disculpándose Matasellos con la mirada
en los pies, el más grande destilador de papas después del conde
Vodkánowicz-Thiesen, legendario inventor del vodka con amaranto y
piel de rughetta, delicatessen de la frontera polaco-rusa del siglo
XXI—. Hice como usted me dijo pero no funcionó. Este calmuco es
diabólico —señaló.
—¡He aquí un calmuco que desencadenará la Tercera Guerra
Mundial! ¿Tuvieron la peregrina idea de que caería en trampas tan
infantiles como decimonónicas? ¿Se olvidaron acaso de mis lecturas,
de mi asimilación de las filosofías modernas?
—Bueno, si no me necesita más, patrón —dijo Matasellos— sigo
preparando vod… digo, el combustible.
—Andá nomás —dijo Molotov con displicencia— esto lo arreglo
yo. —Y dirigiéndose al calmuco—: Esta es una idea que tengo para
cuando hagamos la representación de la Guerra.
—¿Representación? ¿De qué carajos habla?
—¿Qué instrucciones tiene?
—¿Representación? ¿Quiere decir que esto será sólo efectos
especiales para alguna película de Hollywood?
—Bueno… no precisamente. Entendemos que una lección de humildad
hará recapacitar a las naciones guerreras y harán que depongan…
—¿Que depongan qué, a ver?
—Siendo que la proyección será con gas mostaza para los del palco
avanzado, con algunos litros de sangre para que jueguen los adultos y
niños, sonido cacofónico sinfónico y en butacas para observar 3D
omnidireccional, en butacas reclinables hasta la posición féretro,
creemos que será harto convincente.
—¡Con el único instrumento que quiero oír ruidos cacofónicos es
con el mío! ¿Ve? —y el mal educado comenzó a pitorrear con su
boca y lengua en la posición típica del pedorreo. Un espectáculo,
en verdad, deleznable.
—¡Patético! Ahora pretende imitar a con Joseph Pujol, Le
Petomane. ¿No le da vergüenza?
—No sé de qué habla. Yo inventé el cacosinfonismo, también
llamado pedofilia blanca melódica y rítmica.
—Además de patético, mentiroso. ¡No puedo creer que nos hayamos
asociado!
—¿Somos socios, nosotros?
—No sólo socios. ¡Estamos comprometidos!
La mente de Ramzán Kadilluzhínov inició un turbulento proceso que
lo llevará, casi al final de esta serie, a formar parte del equipo
de perforación de agujeros negros de la extragalaxia Angelina Jolie,
pero no nos adelantemos y brindemos un poco de respiro a nuestros
apabullados lectores.
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